La raíz misma de la palabra cambio que viene del latín “cambium” nos invita a entender la profundidad del significado, se trata de intercambiar una cosa por otra. Cuando impuesto, el cambio se transforma para la mente en un estímulo profundo de crisis que nos invita a decidir.
Nuestro cerebro primitivo, cerebro reptil, tiene como principal función protegernos del dolor para acercarnos al placer, sin embargo el cambio impuesto y mal explicado pone en tela de juicio nuestra integridad al replantear cómo una crítica lo que hacemos y anularlo por una nueva forma de ser.
Cualquier cambio que queramos imponer supone un cambio profundo en el modo de ser de las personas. Replantea los hábitos, modos de pensamientos y ello demanda no sólo un esfuerzo de adaptación sino una reconsideración de nuestra identidad en el mundo.
Cualquier idea nueva en una organización es una crítica sobre lo que se venía haciendo hasta la fecha. Entendamos que esto se vive en los individuos cómo una crítica personal, genera angustia sobre la capacidad de pensamiento y una tremenda incertidumbre frente a lo desconocido.
Para protegerse el cerebro se pone en fase de alerta, reacciona con una emoción fuerte similar o igual al miedo. Esta emoción responde a la amenaza anticipada a lo desconocido, creando un estado primero fisiológico generando estrés y finalmente un estado psicológico para la respuesta.
Las preguntas que se originan frente al cambio, proyectan en los individuos anticipaciones de cuestionamiento de sus capacidades intelectuales de enfrentar los desafíos y el miedo a no poder lograr lo propuesto.
Los cambios deben ser explicados de manera muy clara para así ganar el corazón y la mente de todos los involucrados en el.