La sociedad actual enfrenta una serie de problemas complejos que han ido acumulándose a lo largo de los años, llevándonos a situaciones críticas desde múltiples perspectivas. Observamos cómo los gobiernos alejados del centro político están emergiendo en diversas regiones del mundo, mientras que las comunidades dentro de estos países no logran satisfacer sus necesidades básicas. La pobreza sigue en aumento, la hambruna se torna cada vez más acuciante, y la falta de acceso a servicios públicos, así como las restricciones a la libertad de prensa, son temas críticos que requieren atención urgente.
La agenda relacionada con el cambio climático se ha convertido en un espectáculo mundial, dominado más por la administración política que por un verdadero compromiso con la realidad. Esta situación es resultado de votar por candidatos que frecuentemente promueven propuestas engañosas o que nunca cumplen durante su mandato. La tendencia parece inclinada hacia la corrupción, el verdadero cáncer de nuestra era.
Es fundamental cuestionarnos dónde se ha ocultado la sabiduría del Homo sapiens, esa neo corteza que nos ha sido otorgada y que no estamos utilizando adecuadamente. En lugar de ello, las políticas parecen dirigirse a controlar a las masas, apelando a nuestro cerebro límbico y reptiliano. La teoría de los tres cerebros podría guiarnos en la formulación de recomendaciones para redirigir nuestro camino, mejorando así nuestras vidas y el estado del planeta al mismo tiempo.
Es esencial educar a las personas sobre la comprensión y gestión de nuestros tres cerebros: cómo manejar nuestros instintos, procesar nuestras emociones y actuar con racionalidad, asumiendo la responsabilidad por nuestras palabras y acciones.
Nuestras sociedades han sido programadas en la búsqueda de un Mesías, un líder que nos rescate y nos brinde felicidad. Este patrón, heredado de nuestros antepasados y profundamente arraigado en nuestro cerebro reptiliano, debe ser transformado a través de nuevos enfoques que fomenten la independencia.
La dependencia de un solo líder, un vestigio de imperios antiguos, desde instituciones religiosas hasta monarquías y regímenes militares, está todavía presente en nuestro sistema cerebral y debe ser abordada con seriedad. Las instituciones democráticas, basadas en representaciones verbales y en la resolución de problemas, a menudo se ven ahogadas por la impaciencia derivada de nuestras pasiones. Los políticos han perpetuado un ciclo de promesas que rara vez se materializan, y con el auge de los medios visuales, se hace evidente la distancia entre lo prometido y la realidad: infraestructuras descuidadas, costo de vida en aumento, violencia descontrolada y hambre persistente.
Es crucial que las instituciones democráticas prioricen el cumplimiento de las promesas. Quizás un enfoque más efectivo sería permitir a la ciudadanía elegir directamente a sus ministros, en lugar de limitarse a votar solo por el presidente, haciendo así a los responsables de su actuar más directamente accountable ante la opinión pública.
Las emociones y pasiones que surgen del sufrimiento humano son fundamentales en el análisis de la realidad. Si estas emociones permanecen reprimidas, el conflicto no se resolverá, lo que subraya la necesidad de incorporar un enfoque límbico en la resolución de conflictos.
Dos áreas críticas en las que las inteligencias múltiples pueden ser de utilidad para las instituciones gubernamentales son la política de drogas y el sistema penitenciario. La investigación sobre los químicos naturales del cerebro límbico nos advierte que el problema de las drogas es un problema cerebral. Ya sea que busquemos excitarnos o relajarnos, el uso de drogas artificiales podría tratarse mediante el acceso a nuestros propios químicos cerebrales, potenciando las inteligencias afectivas y emocionales como parte del proceso de rehabilitación.
Es el momento de poner en práctica la teoría de los tres cerebros para moderar la influencia de aquellos que gobiernan sin prestar la debida atención al bienestar del pueblo.
Hoy, recordemos la paradoja del mentiroso planteada por el filósofo griego Epiménides en el siglo VI a.C. Él afirmaba que todos los cretenses eran mentirosos, lo que genera la intrigante interrogante sobre la veracidad de su afirmación y su propia naturaleza. A lo largo de los siglos, pensadores como Crisipo y San Agustín han abordado esta contradicción sin lograr hallar una resolución aceptable, evidenciando así el complicado entramado del discurso político y la verdad.