Muchos de nosotros hemos tenido una mascota. Y los que no la han tenido han notado el comportamiento de estos animales, es fácil darse cuenta de la gran diferencia de comportamiento entre estas tres especies: los primeros aparentemente muy fieles, los segundos aparentemente egoístas e independientes y los terceros odiados y temidos or todos
Es fácil adivinar que un mal llamado líder de cualquier tipo prefiera el comportamiento perruno: bate la cola cuando llega el amo, siempre feliz al verlo, sin importar que minutos antes lo haya maltratado; paciente y agradecido si le dan una migaja de pan, etc.
Esa especie de líder, que aún no están en vía de extinción es feliz y premia a los miembros de su equipo que tengan este tipo de comportamiento, olvidando, por supuesto, que los seres humanos somos eso, humanos y no perros agradecidos. Que guardamos resentimientos y rencores en nuestro corazón cuando somos sometidos a un trato que rebaja nuestra dignidad y que no nos conformamos con limosnas. Tampoco se dan cuenta que este “perro” actúa como tal ante él o ella, pero realmente piensa y se mueve como un reptil listo a atacar cuando tenga la oportunidad.
El gato es fiel a sí mismo. Se comporta como un rey con plena autonomía en su territorio y sabe perfectamente lo que tiene que hacer; conoce sus funciones y también sabe del afecto sin llegar a ser servil. Cuando elimina alguna de sus víctimas la lleva inmediatamente a su “líder” orgulloso de haber cumplido con el rol que le corresponde.
Pero definitivamente lo que más me gusta de este felino es que aleja, sin mucho ruido cualquier alimaña que se acerque a su entorno y tiene la sagacidad y paciencia necesarias para detectar y apartar a las serpientes que merodean su hábitat, aunque estén vestidas como perritos falderos.