Hemos de ver el cerebro humano como un todo, de otra manera nos equivocaremos. No es un rompe cabezas, sino un órgano con determinadas áreas especializadas que se conectan unas con las otras para ejecutar determinadas funciones en conjunto, como un equipo eficaz y siempre perfecto. Ahora bien, en ocasiones, eso sí, puede destacar la activación de una parte, en especial si hablamos de emociones.
Las personas que guíen su comportamiento en función de sus instintos, dejando a un lado esa regulación emocional y ese control que ejerce el sistema límbico y el Neocortex, estarán actuando bajo el dictamen de una parte muy concreta y exclusiva de nuestro cerebro: la del cerebro reptil.
Los adictos al poder y el bajo control emocional
Comparar a una persona déspota y controladora con la personalidad de un niño de 3 años es en ocasiones un símil bastante acertado. Lo es por una razón muy sencilla: por su escaso control a la hora de gestionar las emociones. David McClelland, conocido psicólogo motivacional y famoso por su teoría de las necesidades nos explicó que el ser humano se caracteriza básicamente por tres objetivos: el de afiliación, el de logro y el de poder.
En cada uno de nosotros suele destacar una necesidad. Habrá quien valore más las relaciones, quien aspire a conseguir determinados logros y quien, sencillamente, solo tenga una sola obsesión: ejercer el poder en el ámbito que le sea posible. En este último caso ocurre algo muy concreto a la vez que destacable: a mayor necesidad de poder; menor control emocional; por tanto, mayor es la influencia del cerebro reptil.
Estas serían las características básicas de un perfil asociado a este tipo de personalidad:
Son enérgicos, muy orientados al exterior y a establecer nuevas relaciones sociales con las que aparentan una gran amabilidad, cercanía y una apertura exagerada.
Sin embargo, esta apertura esconde en realidad un interés camuflado: conocer para controlar, intuir para chantajear y crear alianzas con las que obtener más poder.
Son personas que están siempre a la defensiva. A la mínima se sienten heridas o traicionadas; cuando esto ocurre, no dudan en reaccionar con agresividad.
Suelen perder los estribos con facilidad porque el cerebro reptil carece de filtros, de mecanismos de control donde gestionar la ira, la rabia, el enfado o incluso el miedo.
Son incapaces de ser receptivos o empáticos a las necesidades ajenas, porque esta estructura íntima y profunda de nuestro cerebro carece de coherencia emocional, de equilibrio, de una adecuada solvencia donde diferenciar los instintos de la razón.
Para concluir, a pesar de que muchos de nosotros conozcamos a alguna persona con este perfil, hemos de tener claro un aspecto: el cerebro reptil guía sin duda muchas de nuestras reacciones y elecciones. Sin embargo, no debemos dejar nunca que tome el control sobre cada uno de nuestros comportamientos.
Tenemos que tener en cuenta que este cerebro es muy impulsivo, es decir, que las reacciones son un ¼ de segundo. Hay una inmediatez y una impulsividad en sus reacciones que nos hace perder muchas veces los papeles, con lo cual la prevención, el cuidado de nuestro cuerpo, el mimo a nuestro cuerpo, la consciencia de nuestro cuerpo nos va a permitir que ese ¼ de segundo mágico del que muchas veces hablo, para no meter la pata, para que no se convierta en un: ¡ay dios mío, ya la hice!, porque va muy rápida la reacción. El que vaya muy rápida la reacción tiene un sentido ya que en la naturaleza es la rapidez lo que hace que un ser sobreviva, que una hormiguita, que un pajarito, que un ratoncito, la misma cebra o caballo puedan sobrevivir. Es decir tiene que ser: aquí te he visto, aquí no te he visto, para poder sobrevivir con lo cual tiene un sentido esa inmediatez, esa impulsividad, esa prisa que tiene ese cerebro para reaccionar porque lo que está detectando siempre que reacciona es muerte o posibilidad de muerte, no hay término medio. No es un cerebro que tenga término medio en su manera de procesar la información: es todo o nada. Es vida o es muerte. No hay reflexión, no hay memoria. Aunque tenga la prueba de que va a sobrevivir, el cerebro reptiliano no lo procesa con lo cual no responde al aprendizaje vital. Es algo que nosotros le tenemos que comunicar a través de las otras estructuras. Por tanto es muy interesante que nos llevamos bien con él y que lo cuidemos mucho, porque todo el cuidado que le vayamos a prodigar a nuestro cuerpo va a tener sus efectos, sus resultados al momento de haberse sabido controlar.