Todo lo que es “diferente” a nosotros (opiniones, hábitos, creencias, religiones, conductas… diferentes) es interpretado como peligroso para nuestro cerebros reptil. Y puesto que la principal función de éste es la de garantizar nuestra supervivencia, focaliza toda su atención buscando “diferencias”. Pero, nuestro enemigo no es la otra persona. No hay buenos, ni malos. Todos somos seres humanos imperfectos guiados por un cerebro primitivo.
En lugar de ver las diferencias, todo aquello que nos separa, debemos enseñar a nuestros alumnos a observar las similitudes, a darse cuenta de todas aquellas cosas que nos hacen iguales los unos a los otros, que nos hacen humanos, que nos unen. Así, nos tornamos más hábiles en ver las acciones de los demás en una forma más comprensiva, respetuosa y tolerante. Desarrollamos la empatía.